Por qué soy taurino
“Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”
Soy taurino porque no conozco otro espectáculo que sintetice de modo tan perfecto el sentido heroico y agónico de la vida. Porque nunca he visto nada igual, es la danza con la muerte, no en el sentido figurado de las viejas tradiciones dancísticas moralizantes de la edad media, sino real. El ejecutante enfrenta una fuerza descomunal con la que se juega la vida en cada instante.
Soy taurino porque amo el arte y la vida. Porque no hay otro momento en que tantas emociones se agolpen para sensibilizarnos al extremo de pasar de la emoción más profunda a la euforia del triunfo, por un camino en que no faltan la alegría, la sorpresa, el enojo, la hondura, el abismo del temor, la humanidad misma puesta al descubierto con su capacidad de grandeza y lucha.
Soy taurino porque nada se compara a la ansiedad previa a la corrida, porque no hay mayor sobredosis de adrenalina que el sonido del clarín anunciando que otra vez se abren las puertas del patio de cuadrillas y se inicia el paseíllo. Porque otra vez suena ese pasodoble que eriza la piel y el albero de la plaza vuelve a vivir, a relucir, a ser el escenario más propicio para la gloria.
Soy taurino porque disfruto la suavidad y delicadeza con que el arte es capaz de encausar la fuerza descomedida de un toro bravo y convertirla en el delicado protagonista de una danza sutil y etérea, sublimación de la fuerza.
Soy taurino porque amo la poesía, la música, la pintura y todas las artes que se condensan en una corrida de toros.
Soy taurino y lo seré siempre porque es el único espectáculo artístico que me ha emocionado hasta las lágrimas. Y comprendo a quienes no lo disfrutan. Es cruento, sí. Como la vida misma. Pero es también en esencia la proclamación de la vida, inseparable de la muerte.
Soy taurino porque soy un amante de los toros. No en el sentido sensiblero y bellaco de pensar que tienen derechos análogos a los humanos. Soy un amante de los toros bravos como especie única, capaz de morir en la defensa de su espacio. El animalismo me repele. Es la denigración del ser humano. Es la revolución de la sinrazón y la sandez. Siendo amante de los toros aprecio que estos vivan libres y cuidados hasta llegar a la plaza y morir con una dignidad única.
Soy taurino porque nada se compara a beber un buen vino o un copón de Pisco en los momentos cruciales para templar el espíritu frente a las emociones indescriptibles de la estética de una buena faena. Por eso soy taurino. Porque no encuentro mejor maridaje para un gran vino que el olor de Acho, que la arena humedecida esperando la gloria de una tarde de sol limeño, que las flores y arabescos de un capote manejado con delicadeza y maestría, que la respiración de un toro que se arranca con codicia o que el dulce aroma de los mejores tabacos en los tendidos históricos de Acho.
Soy taurino porque quiso Dios en su infinita bondad que naciera en Lima. En esta Lima vieja y querida, taurina, criolla, beata y también pecadora. Quiso Dios que naciera en Lima, donde está el viejo coso de Acho. Esa reliquia de la arquitectura virreinal. Donde pude ver a los más grandes maestros de la tauromaquia. Donde pude respirar la tradición y también imaginar, escuchando a los mayores, a los grandes maestros del pasado. Y donde seguiré yendo mientras la vida me lo permita.
Soy taurino porque nada puede explicar la emoción de los olés que crecen ensordecedoramente en una tarde triunfal.
Soy Taurino...
No durará muchos años más esta costumbre me dicen. Tal vez sea cierto. Como cierta es la decadencia de la humanidad, como cierto es que cada generación es más pobre intelectualmente que las anteriores. No soy, no se puede ser optimista, ante la simpleza mental que se apodera de las mayorías. En ese sentido es posible que pese al momento memorable de la tauromaquia en el mundo, la memez termine por imponerse y la intolerancia termine por la fuerza privando a la humanidad del más trascendental arte efímero.
Confío en que no sea así. Mientras tanto soy taurino y lo seré hasta mi último aliento.